La Sabana de Bogotá se ha convertido desde hace más de 40 años en la cuna de la floricultura en Colombia (con un 85% de las 7.500 ha cultivadas a nivel nacional) debido a sus ventajas climáticas, dotación del recurso agua, mano de obra abundante y barata (especialmente mujeres), además de la proximidad al aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá. La industria de la floricultura es un sector importante de la economía colombiana, debido a que es el segundo productor de flores del mundo y sus exportaciones alcanzaron en el 2012 US$ 1.054 millones aportando el 6,3% del PIB agropecuario nacional y produciendo alrededor de 95.000 empleos directos y otros 85.000 indirectos (si pertenecen directamente a la actividad floricultora o si desarrollan otras actividades como el transporte). Sin embargo, a esta agroindustria no se le han descontado los pasivos ambientales y sociales que ha dejado desde los años 70, una extracción de recursos ecológicamente desigual en la cual existen conflictos por el uso y transformación de la tierra, derechos del uso del agua que se debaten entre la actividad productiva y el consumo humano, contaminación del agua por el uso persistente de plaguicidas que, además de contaminar las pocas fuentes de agua superficial existentes, contaminan los terrenos originando enfermedades por exposición o contacto con estas sustancias. Por otra parte, el crecimiento del sector siempre ha estado ligado al deterioro progresivo de las condiciones laborales, denunciadas como precarias desde los años 80, y debido a que no se ha podido consolidar una organización sindical fuerte no ha sido posible obtener avances importantes en la lucha por transformar las realidades de los trabajadores quienes poseen bajos salarios, inestabilidad laboral, tratos indignos, jornadas extenuantes, sobrecarga laboral y deterioro de sus condiciones físicas debido a enfermedades profesionales. Los conflictos relacionados con el agua están relacionados con dos aspectos centrales, el primero con la captación de aguas subterráneas que limita la disponibilidad de este recurso de los municipios cercanos a los cultivos y el asociado a la contaminación de las mismas fuentes hídricas por el uso intensivo de pesticidas y agroquímicos para el cultivo. En el primer caso, Ingeominas realizó un balance hídrico de los acuíferos de la Sabana de Bogotá encontrando que su oferta, caracterizada por ser un recurso casi no renovable pues corresponde su formación a las eras cuaternaria y terciaria, alcanzaba una reserva disponible de 830 millones de m3, estimándose una recarga anual en 950.000 m3; por su parte el consumo de agua del sector florícola alcanza los 54.8 millones de m3 por año, lo cual nos muestra una gran presión sobre las reservas hídricas. Por otro lado, para consumo humano se calcula un consumo de 10.7 millones de m3 al año para Madrid, Funza y Subachoque. Ambas dinámicas de consumo son crecientes, flores y hogares, lo cual ha llevado a que el volumen consumido sea superior a la oferta hidrica total y a la capacidad de recarga de los pozos, con lo cual sus niveles estaticos son cada vez más bajos. Esta situación ha generado permanentes conflictos con las administraciones municipales. Por su parte los impactos ambientales por la salud de los trabajadores de la flores, están directamente relacionados con el uso de plagicidas y abonos químicos, ademas por las posturas ergonomicas requeridas para dicha labor. Keywords: cut flowers industry, labour rights, water access rights, agro-toxics (See less) |